Mira una foto, una de sus preferidas, le vuelve loco. Se la regaló la última vez que volvieron, la última vez que fué suficientemente feliz. Ahora se arrepiente, de no poder llamarla, de no poder besarla, de pasear por la calle sin oir sus interminables charlas o su musical carcajada. Se maldice diariamente por esa conversación, cuando le dijo que no podían seguir a delante, que ya no le apetecía sentir. Quiere gritar hasta quedarse sin aliento. Se desespera al saber que ya no tendrá otra oportunidad. Que gastó sus comodines. Y ahora solo le queda arriesgar. Sólo un movimiento más. Un número, una tecla, una llamada y la tristeza no volverá más...
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